Este “juguete” tiene más de 3.000 años de antigüedad. Seguramente habrás jugado de niño con un yoyó.
Parece que el origen del yo-yo es chino: en aquella civilización se conocía ya en el año 1000 a. C. Los chinos tenían dos versiones o formas de practicarlo, una lúdica y otra práctica, relacionada con la guerra.
Consistía en dos discos de marfil unidos por un cordón de seda enrollado alrededor de un eje central. Pero no fueron los chinos el único pueblo de la Antigüedad que tuvo conocimiento del yo-yo.
En una copa griega de época clásica procedente de excavaciones llevadas a cabo en Atenas, aparece una muchacha jugando con el yo-yo.
En sus comienzos no era un juego, sino un medio de caza, como el bumerán australiano.
De hecho, su conocimiento en Europa se debió a los españoles, que al parecer tuvieron noticia del yo-yo en Filipinas. La documentación histórica indica que hacia el siglo XVI el pueblo tagalo usaba el yoyo para atrapar a sus piezas de caza. Funcionaba de manera parecida a las bolas de los gauchos de la pampa argentina.
Era un arma eficaz; el yo-yo tagalo (filipino) facilitaba mucho la tarea porque permitía al cazador reducir al animal desde lejos si era lanzado con habilidad.
Su mecanismo era sencillo: dos discos de madera unidos por una liana, que al impactar contra el objetivo trababa sus piernas derrumbándolos en su carrera.
El yoyó empezó a ser considerado sólo un juego en Europa en el siglo XVIII, en que se extendió entre las clases aristocráticas y burguesas inglesas, siendo llamado entonces de varias maneras:
- Prince of Wales.
- Bandolore.
- Quizz.
En la Francia revolucionaria, en alusión a los nobles y burgueses que habían emigrado para salvar su vida, y cuyo pasatiempo en el exilio era jugar al yo-yo, se le conocía como:
- Juego del émigrant.
- Émigré.
- Émigrette.
Los ejemplares decimonónicos, de la segunda mitad del siglo XVIII y primera del siglo XIX, muestran perfección y belleza, estaban adornados con joyas, pintados de manera esmerada con motivos geométricos.
Además, no eran meros juguetes, sino instrumentos de salón hechos de nácar, marfil o maderas preciosas esculpidas y pintadas por artistas de fama con los que distraer a los amigos en sesiones hipnóticas: la rotación, el rápido girar ascendente y descendente de sus discos ejercía sobre las damas un efecto mareante.
Algunas señoras llegaban incluso a desmayarse, aunque es cierto que no faltaba tampoco quien fingiera tal indisposición para dejarse caer lánguidamente en los brazos del solícito acompañante.
El yoyó tuvo su puesto en el juego sutil y complicado del amor, antes de pasar a ser un juego de niños, como es en la actualidad.
Fuente: curiosfera-historia.com