Decimos que alguien llora con lágrimas de cocodrilo cuando queremos decir que lo hace fingiendo un dolor que no siente.
Y la expresión viene de la antigua creencia de que los cocodrilos emitían un sonido similar a un sollozo, a un aullido de esos que dan los perros cuando oyen el sonido –molestísimo para ellos- de una campana, con el único fin de atraer a sus víctimas a sus cuevas y allí devorarlas sin piedad. Así, por ejemplo, lo recoge Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana (1611), donde además de explicar el cuento, nos dice que “significa la ramera, que con lágrimas fingidas engaña al que atrae a sí para consumirle”. Dejando a las prostitutas aparte, parece la versión reptil de la figura mitológica de la sirena (la clásica, se entiende, no la de los cuentos).
También se contaba que una vez terminado su almuerzo, estos lagartitos acostumbraban a llorar sobre los restos de sus víctimas en señal de duelo por haber terminado tan delicioso banquete. ¡Qué majetes! Así lo escribía, entre otros, Joaquín Bastús, escritor, pedagogo y paremiólogo -entre otras ocupaciones- en su obra La sabiduría de las naciones.
Pero, volviendo a la pregunta del principio: ¿de verdad que lloran los cocodrilos? Bueno, sí y no. Lágrimas sí que vierten. Aunque, en realidad, son secreciones acuosas que impiden que sus ojos se resequen cuando están fuera del agua. Las glándulas lacrimales y las salivares están muy próximas, por lo que es normal que se estimulen constantemente y que el animal no deje de llorar cuando come. O sea, no es llanto, es lubricación del ojo. Sea lo que sea lo que sienten cuando comen.
Fuente: www.yorokobu.es