Su majestad el gato cruza la historia del ser humano en todas sus culturas de una manera silenciosa pero haciéndose notar.
Desde tiempo inmemorial, el gato fue protagonista. Se lo pintaba imaginándolo en el paraíso terrenal junto a Adán y Eva. Luego en las cortes medievales, quedó inmortalizado en algunas referencias famosas. Después de difíciles años, donde la hoguera era más frecuente que los dulzores de la vida de amable compañía, resucitó en los salones burgueses de la época victoriana.
Más cercano a nosotros fue su uso publicitario, para llegar a la fama importante de los dibujitos animados de Félix, Silvestre y Garfield, concluyendo con personajes del cine, más bien héroes del séptimo arte, como Chatrán y algunos otros.
Los gatos no permiten que frente a ellos se desarrolle la indiferencia. Ante la perspectiva de cualquier tipo de vínculo con gatos se manejan dos posiciones antagónicas, distantes y muchas veces casi irreconciliables.
Aquel al que le gustan los gatos los ama con devoción, casi diría que los venera y en términos generales si no puede tener gatos en su casa trata de estar estrechamente vinculado con ellos, a través de amigos que tengan gatos o por medio de relaciones transitorias atendiendo gatos de la calle.
Los gatos despiertan pasiones a favor o en contra. Por cierto, estas últimas absolutamente inmerecidas y fundadas en mitos, odios teológicos, supercherías, supersticiones, creencias mágicas o humanizaciones de actitudes que, las más de las veces, responden a patrones de conducta absolutamente diferentes de los supuestos.
A los gatos se los carga de soberbia, como si tuvieran inteligencia abstracta (que seguro la tienen), se les otorga categorías de rencorosos, fatales, fatalistas, y talismanes. Lo que nunca ocurre con un gato es poder ignorarlo, ya sea por su belleza o prestancia que despiertan admiración como por los mitos y tradiciones aún hoy vigentes, que alimentan odios.
Han nacido para notarse y así han pasado las cosas. Mantienen la impresión de lo silvestre, lo que los hace tener la capacidad de transformar una canilla o un grifo en una cascada o el agua del inodoro en un manantial surgente. Modifican el ambiente de una casa y en él un estante es un estrato de la selva misionera, o un purificador de aire es el dosel del árbol más alto.
Otean el horizonte con la preocupación de estar en presencia de los fatales peligros del mundo de la naturaleza prístina, aun cuando sea en pleno Corrientes y Callao, de la ciudad de Buenos Aires. Ignoran las corridas de la gente, que la mayor parte del tiempo no se ha detenido a saber por qué y para qué corre, en una actitud displicente que más que de desprecio tiene de docencia absoluta.
Mantienen su elasticidad, su agilidad y su elegancia, hasta en las situaciones más extremas. Colaboran con el mundo de la ciencia, por lo particular de su encéfalo, por lo especial de su metabolismo del agua y por la generosidad reproductiva que les ha permitido alquilar sus vientres para salvar de la extinción a la mayoría de las especies de gatos silvestres del planeta.
Transforman una caja en una fascinante cueva y nos devuelven la fe en la vida en cada una de sus actitudes y momentos. Se adaptan a un departamento de edificio de alto en la gran ciudad o a la quinta de las afueras, viven en el campo o en la gran urbe, se adaptan una vez más con tesón y ductilidad, se adaptan y se vuelven a adaptar a las circunstancias más disímiles y extremas.
Siempre con nosotros aunque los hayamos denostado y perseguido. Siempre vuelven, negros con su estigma de mala suerte inmerecido, atigrados con su pretensión de silvestre mal disimulada, blancos con la amenaza de la terrible consecuencia de haberse asoleado, barcinos con la calle que les prestó el color. Odiadores del agua, autosuficientes de higiene, custodios de canales en la Venecia de todos los tiempos, de mil formas y colores, de mil tretas y de mil amores, los gatos simple y sencillamente los gatos, han llenado de amor a muchísimas generaciones y le han devuelto el sentido de la vida a muchos seres.
Juguetón y no jugador. Ensayista permanente de situaciones de riesgo. Ingeniero de repisas y colgantes. Marcador de territorios pasionales y olorosos, a la vuelta del living y a la entrada del palier con aromas detestables. Marca, maúlla, ronronea, se calla y salta y las más de las veces se pasea… diciendo, más bien gritando: “Aquí estoy yo“.
Por todo eso y quizás a partir de los cantos infantiles calabreses, cuando las abuelas italianas, con esa ternura que sólo saben tener las abuelas, acariciaban a sus nietos haciendo el ritual del “Michi gato, michi gato, ¿qué me ai fato?”, vaya el respeto incondicional y el más sincero, humano y humilde homenaje para su majestad: el señor gato.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
Fuente: www.infobae.com