Aquel 2 de mayo de 1982 Jorge Massin caminaba hacia el puesto que le tocaba en el crucero ARA General Belgrano cuando sintió el impacto del primer torpedo que el submarino HMS Conqueror disparó fuera del área de exclusión marina. El joven marinero sobrevivió y contó su historia.
El 2 de mayo de 1982, apenas pasadas las 16, el marinero conscripto Jorge Massin caminaba hacia el puesto que le tocaba como parte de la dotación de la 6° división de artillería del Crucero General Belgrano, el cañón de seis pulgadas de la torreta 1, cuando en medio del cambio de guardia sintió una explosión seguida de otra que, según recordó en diálogo con Télam 40 años después, «sacó del agua» al barco de 13.000 toneladas botado en la 2° Guerra Mundial.
El buque se hundiría en 40 minutos, con un resultado de 323 muertos.
Massin sobrevivió.
Asumirse como uno de los 770 tripulantes que pueden contar el ataque del submarino «Conqueror» dejó sus marcas en este vecino de la localidad santafesina de Avellaneda, un hijo de la pampa gringa que hasta 1982 no había conocido el mar y que tras la guerra no viajó más al sur de Punta Alta.
Para Massin, la experiencia de la colimba como clase 1962 comenzó con el número 937, que decidió su incorporación en la Armada y le permitió conocer el mar, el Cabo de Hornos y recorrer seis veces el canal de Beagle, para luego de 56 días de entrenamiento en el campo de instrucción Sarmiento convertirse en «cañonero» de artillería antiaérea y combate naval.
El ataque fuera del área de exclusión
El 1° de mayo de 1982, los 1093 tripulantes del crucero General Belgrano -entre ellos el santafesino- recibieron órdenes para patrullar las aguas al sur de Malvinas junto a los destructores Piedrabuena y Bouchard: la navegación por esa zona estaba fuera del área de exclusión militar de 200 millas de radio fijada unilateralmente por el Reino Unido.
A las 16 del 2 de mayo, con el impacto del primer torpedo, Massin percibió a través del cuerpo cómo la explosión traspasaba la oscuridad -porque inmediatamente se cortó la luz- mientras la ola expansiva parecía levantar el barco y sus piernas se doblaban por la presión que empujaba hacia arriba.
«Era como que caía algo en el aire, y cuando esa caída terminó, entró el otro torpedo y el barco se empezó a levantar de vuelta. La explosión fue tan grave y tan fuerte porque el primer torpedo dio en la sala de máquinas y el estallido abrió todas las puertas del crucero. Por eso, fue imposible hacer control de averías, cerrar accesos y dividir en comportamientos estancos», explicó el marinero con la jerga que nunca olvidó.
Tras el segundo torpedo, la tripulación que estaba en condiciones de cumplir órdenes puso en marcha la práctica que nunca hubiera querido aplicar, el zafarrancho de abandono de la nave.
Primero había que arrojar tanques de combustible al agua para impedir un incendio; luego disponer las más de sesenta balsas a toda velocidad para abandonar el barco antes de su hundimiento.
«La guardia que estaba durmiendo arriba, más los que estaban de turno en la sala de máquinas, todos ellos fallecieron», relató Massin sobre esos minutos definitorios que separaron la vida de los 770 tripulantes que lograron sobrevivir respecto al otro tercio del buque, que no pudo hacer nada al estar en sus sollados (camarotes) o en el lugar de la detonación.
Como el barco se había quedado sin energía eléctrica, los oficiales no podían utilizar el sistema de señales y tuvieron que dar las órdenes por megáfono.
Sin embargo, esta posibilidad se había ensayado en las prácticas, revivió el conscripto de Santa Fe, «incluso nos cortaban la luz y había que llegar como sea, a oscuras, hasta el puesto asignado».
Para quienes estaban en el corazón del buque, la clave fue salir entre la primera y la segunda explosión: «De los que estaban bajando por las escaleras, dos ya sufrieron quemaduras y alcanzaron a salir apenas. El que no salió en ese momento, no pudo salir más», reconstruyó el tripulante que estaba asignado a la torreta 1.
Sobrevivir en la balsa
La pelea por la supervivencia recién acababa de empezar.
Massin revivió la acción simultánea de 770 personas para salvarse y atribuyó la cantidad de sobrevivientes a la repetición del entrenamiento, a la voluntad de vivir de cada uno y «a la fuerza de la adrenalina, que en ese momento no te deja pensar».
«Una vez en las balsas, teníamos un temporal encima con olas de entre 6 y 8 metros, con un viento de 100 kilómetros por hora. Cuando el viento arrollaba la ola, si los que ocupábamos la balsa no peleábamos contra la ola y nos tirábamos todos para el lado opuesto, la balsa se podía dar vuelta. Si eso pasaba, automáticamente, nos quedaban tres minutos de vida», explicó el marinero.
En la balsa a la que se trepó Massin la pulseada con las olas duró 36 horas. Desde el 2 de mayo a las 16 hasta el 4 de mayo a las 5:30, cuando los rescató el buque Bouchard. El «cañonero» de la torreta 1 compartió el trance con varios tripulantes, entre ellos el propio comandante del crucero torpedeado, el capitán Héctor Bonzo, fallecido hace quince años producto de un infarto.
«El comandante siempre me pareció un buen tipo dentro de la carrera militar, de los que hacen honor al uniforme. Años después, en algunos encuentros en Buenos Aires, me regaló un libro sobre lo que habíamos vivido. Pero no lo leí. Nunca. Todavía lo tengo guardado como recuerdo muy importante. Espero algún día poder leerlo», comentó.
Tras el testimonio sobre el hecho que definió su vida, Massin aportó su mirada sobre un debate que aún sobrevuela el ataque del submarino «Conqueror»: el torpedeo fuera de la zona de exclusión, ¿fue un hecho de guerra o un crimen de guerra?
Mientras que para el exjefe del Ejército, Martín Balza, el ataque británico ocurrió en aguas internacionales contra un blanco que podía «incidir negativamente» en las fuerzas del Reino Unido, por lo que debe encuadrarse en un hecho de guerra contemplado por el capítulo siete de la Carta de las Naciones Unidas, para Massin «sí fue un crimen de guerra, porque ellos (los británicos) no respetaron las reglas que ellos mismos pusieron».
«Pusieron una regla sobre la zona de exclusión y ellos mismos la rompieron. Además, sabían que era un buque estadounidense de la Segunda Guerra Mundial: sabían en detalle el riesgo para la víctima que habían elegido, conocían el barco. Ellos lo tenían claro, buscaban dar una estocada para que Argentina se replegara y abandonara Malvinas», consideró.
Massin nunca volvió al confín austral del continente, tampoco estuvo en Malvinas. «Me gustaría ir algún día, pero hacerlo sin pasaporte, no sé si queda claro lo que quiero decir», se limitó a contestar.
El crucero General Belgrano, botado en 1938 como «Phoenix» y que en 1941 salió indemne del ataque japonés a Pearl Harbour, se hundió el 2 de mayo de 1982, aproximadamente a las 17, en Los Yaganes, una cuenca al sur de las Malvinas que tiene 4200 metros de profundidad.
Fuente: www.telam.com.ar