En la Argentina, cerca de 250.000 menores de cinco años sufren alguna afección de este tipo que, según parámetros internacionales, afecta a entre el 6% y el 8% de los niños.
Un niño pequeño se encuentra sano y, de repente, puede presentar hinchazón en labios o párpados, ronchas, vómitos, diarrea y hasta sangrado en la materia fecal: una batería de síntomas -solos o en conjunto- que suelen desconcertar a los familiares. Lo que podría estar sucediendo es que el niño haya ingerido un alimento y esté experimentando una reacción alérgica. Las alergias alimentarias son una condición en aumento que padecen cerca de 250.000 menores de cinco años en nuestro país y que, hasta su diagnóstico y tratamiento, pueden alterar dramáticamente la salud y la calidad de vida del niño y de su entorno.
Para concientizar sobre la dimensión de estas afecciones y la importancia de su diagnóstico y tratamiento tempranos, del 10 al 14 de mayo, la Asociación Argentina de Alergia e Inmunología Clínica (AAAeIC) conmemora la Semana Argentina de la Alergia Alimentaria.
“La leche de vaca y el huevo, y, en menor medida, soja, trigo, frutos secos, pescados, mariscos y maní son los alimentos que más frecuentemente ocasionan este tipo de alergias, caracterizadas por una respuesta anormal y exagerada del sistema inmunológico ante la ingesta de esos alimentos”, sostuvo Claudio Parisi, médico especialista en Alergia e Inmunología, ex presidente de la AAAeIC.
“Las alergias alimentarias se originan mayoritariamente por una condición genética de base y, en la mayoría de las veces, revierten solas con el tiempo, encontrando su período de mayor prevalencia desde el nacimiento hasta los tres años”, agregó Karina López, médica especialista en Alergia e Inmunología Infantil, directora del Comité de Alergias Alimentarias y Anafilaxia de la AAAeIC.
Sin embargo, los especialistas coinciden en que está reportándose a nivel internacional un incremento en la prevalencia, una mayor extensión de la afección en el tiempo y la presencia de casos más severos.
Otras situaciones que contribuyen o podrían predisponer al desarrollo de las alergias alimentarias son una mayor cantidad de nacimientos por cesárea, donde la microbiota del niño no recibe las bacterias buenas (y protectoras), que le confiere su paso por el canal vaginal en el parto, el uso temprano de antibióticos en el niño y la ausencia de lactancia materna.
El tipo de alergia alimentaria más frecuente
Esta se clasifica, según su mecanismo, en tres diferentes subtipos:
1) Las de inicio rápido luego de la exposición al alimento, generalmente más fácil de diagnosticar, y que están mediadas inmunológicamente por un anticuerpo específico llamado Inmunoglobulina E (IgE).
2) Las de respuesta tardía, lo que hace que muchas veces no se relacione la reacción alérgica con la ingesta del alimento o no se tenga tan claro qué tipo de alimento la produce, y no están mediadas por IgE.
3) Las mixtas, en las que la reacción alérgica muchas veces es inmediata pero otras puede manifestarse tanto de forma inmediata como retardada, involucrando también a otras células específicas.
En todos los casos, el tratamiento presenta un pilar fundamental, que es la exclusión absoluta del alimento involucrado. Por ejemplo, en la alergia a la proteína de la leche de vaca (APLV), la madre debe suspender la ingesta de todo producto lácteo o derivado o que presente esa proteína en su elaboración, ya que se la transmite al niño a través de la leche materna. Por otra parte, si el niño ya está recibiendo otros alimentos, ninguno de estos debe contener componentes de la leche de vaca.
La proteína de la leche de vaca está presente en cualquier alimento que se prepare con leche: purés, panes y demás panificados, manteca, flanes y demás postres lácteos, dulce de leche, salchichas, embutidos, tartas y empanadas, entre muchos otros.
Para cuando no es posible mantener la lactancia, la dieta de exclusión resulta insuficiente y el cuadro patológico esté justificado, es necesario reemplazarla por fórmulas infantiles especiales, indicadas y prescriptas por el pediatra o el médico alergólogo o gastroenterólogo. Estas están cubiertas en un 100% por la seguridad social para el tratamiento de la APLV, ya que proporcionan los nutrientes necesarios para un desarrollo sano del niño. Paralelamente, y siempre bajo indicación y seguimiento del pediatra, deberán introducirse en la dieta del niño aquellos alimentos a los que no sea alérgico.
Es importante diferenciar la alergia a la proteína de la leche de vaca de la intolerancia a la lactosa. Esta última se origina por la deficiencia de una enzima, la lactasa, y sus síntomas más frecuentes son calambres abdominales, distención abdominal y diarrea. Si bien en ambas deben evitarse los lácteos, en la intolerancia a la lactosa el tratamiento incluye consumir lácteos libres de lactosa o tomar suplementos de lactasa, mientras que en la APLV es necesario evitar por completo todo alimento que contenga la proteína de la leche de vaca.
“Si bien no existe una estrategia específica para prevenir la aparición de las alergias alimentarias, se recomienda -entre otras- favorecer el parto natural, mantener la lactancia materna exclusiva hasta los seis meses y complementaria hasta los dos años, evitar el uso de antibióticos innecesarios y fomentar en la madre una dieta variada y saludable sin restricción de alimentos alergénicos, durante el embarazo y la lactancia”, recomendó Parisi.
“Para evitar los episodios alérgicos en la escuela, de por sí muy frecuentes, el niño debe mantener dietas estrictas, no siempre fáciles de cumplir, pudiendo afectar la interrelación con sus pares y generando situaciones de ansiedad y estrés, por lo que es indispensable un abordaje integral que incluya a la familia, los docentes, la comunidad y el personal de salud para trabajar juntos y propiciar lo mejor para la salud y calidad de vida del niño”, concluyó López.
Fuente: Infobae.