Misteriosamente, una o dos veces al día a Gregory Goins lo ataca un fuerte dolor en el pecho. Así que, esté donde esté, llama a la ambulancia. Ya lo hizo más de 1200 veces en los últimos años.
Puede que esté en la calle, en un colectivo o en el banco de la plaza. Cuando le viene el dolor busca un teléfono público y llama al servicio de emergencias del hospital de Highlands, en California, Estados Unidos. Él sabe que allí recibirá la atención de profesionales, allí recibirá tratamiento, allí recibirá un sandwichito.
Todos los días se repite la escena: llega la ambulancia, se baja el camillero, le dice «qué tal Gregory», el hombre sube y es transportado al hospital. El Dr. Richard O´Brien, vocero del Colegio de Médicos de Guardia, explica que «hay una obligación moral y legal de tomar todos los llamados en serio». Y esto incluye los llamados de Goins.
«Gregory, cuánto hace que no te veo», dice una enfermera que pasó unos días sin encontrar al enfermo conseutudinario. «Debe ser broma, es la segunda vez en la semana que lo atiendo», dice otra.
Él lo explica mejor que nadie: «me dijeron que mi cuenta del hospital era de un cuarto de millón de dólares. Y a mí qué me importa. Estoy enfermo. Atiéndanme».