Disquetes, discos flexibles, floppies. Conocemos su historia bastante bien, sabemos que son una especie en extinción (a menos que un fabricante vuelva a hacerlos), y nos hemos cruzado con reemplazos muy interesantes, pero creo que no exploramos su funcionamiento.
Está claro que el disquete es un medio de almacenamiento magnético, y que debió lidiar con varias limitaciones durante su evolución, sin embargo, esos son detalles demasiado superficiales, y no explican a fondo cómo es que nuestros datos eran guardados en ellos…
Cualquier persona que decida repasar la historia de los disquetes verá que fueron desarrollados a fines de los años ‘60, con su primera variante comercial debutando en 1971. Por supuesto, me refiero al disco de ocho pulgadas, el cual tuvo una exposición mediática inesperada cuando se lo vio participando en el control de armas nucleares estadounidenses. De ocho pulgadas pasamos a 5.25, y de allí a 3.5, con varios formatos experimentales y alternativos en el medio, usados por otros sistemas (como los discos Amstrad de tres pulgadas).
Una vez que los estándares quedaron fijos, el disquete bajó costos (y por extensión, calidad) hasta su virtual extinción. Hoy se los puede obtener en la forma de viejas existencias o unidades recicladas, mientras que Windows 10 ya ni siquiera trae un controlador integrado para lectoras USB (aunque Windows Update ofrece uno), pero siendo honestos, ¿Cuántas veces nos detuvimos a pensar sobre el modo en el que funcionan?
Todo comienza con el diseño externo del disquete. Las dos marcas en la parte inferior cerca de la ventana de lectura en los discos de 5.25 pulgadas sirven para aliviar cualquier tipo de tensión adicional generada por la unidad. El círculo pequeño cumple el rol de índice, lo que ayuda a determinar la ubicación del disquete en cuanto a su rotación, y la famosa ranura que se cubre con una cinta nos permite establecer si el disco puede ser escrito o no.
A pesar de la fragilidad general que fue asociada a ellos en estos últimos años, los disquetes poseen en su interior una superficie magnética más robusta que la de los viejos cassettes. El formato en cada disquete depende del tipo del ordenador, pero como referencia, los sistemas IBM PC y compatibles adoptaron una estructura de 40 pistas divididas en ocho sectores (después nueve), casi duplicando esos números cuando el disco es de doble lado (80 pistas, 15 sectores). Si bien esta no es la forma más eficiente de guardar datos, su efectividad era suficiente para las exigencias de la época.
Las unidades en sí son una historia aparte. La estrategia de Commodore fue en esencia colocar un ordenador dentro de su histórica 1541, y en otros casos, el ordenador asume un papel mucho más estricto enviando órdenes directas al mecanismo. El diseño de Commodore parece mejor en los papeles, pero tal y como lo muestra el vídeo, fueron hacks y cambios de último momento los que hicieron a la 1541 una verdadera tortuga, un problema que dio lugar al muy apreciado «Fast Load».
En resumen, aún con 50 años sobre sus hombros, los disquetes tienen varias historias para contar. El tiempo no los favorece de ningún modo, y todos los entusiastas recomiendan hacer respaldos en la forma de imágenes, pero su valor nostálgico es poderoso. ¿Todavía tienes disquetes?
Fuente: www.neoteo.com